domingo, 1 de julio de 2007

Tomado del Libro : En defensa de la felicidad de Matthieu Ricard

La felicidad no llega de forma automática,
no es una gracia que un destino venturoso puede
concedemos y un revés arrebatamos; depende
exclusivamente de nosotros. No se consigue ser feliz
de la noche a la mañana, sino a costa de un trabajo
paciente, realizado día tras día. La felicidad se construye,
lo que exige esfuerzo y tiempo. Para ser feliz hay
que saber cambiarse a uno mismo.


LUCA y FRANCESCO CAVALLI-SFORZA1*

¿ Ha dicho felicidad?
Todo hombre quiere ser feliz; pero, para llegar a serIo,
habría que empezar por saber qué es la felicidad.

JEAN-JACQUES ROUSSEAU1


Una amiga norteamericana, actualmente una gran editora de libros de fotografía, me contó que, al acabar la carrera, ella y un grupo de compañeros se preguntaron qué deseaban hacer en la vida. Cuando ella dijo: «Yo deseo ser feliz», se produjo un silencio embarazoso. Al cabo de un momento, una chica repuso: «¿Cómo es posible que la única ambición de alguien tan brillante como tú sea ser feliz?», a lo que mi amiga respondió: «No os he dicho cómo quiero ser feliz. Hay infinidad de maneras de acceder a la felicidad: fundar una familia, tener hijos, hacer carrera, vivir aventuras, ayudar a los demás, encontrar la serenidad interior ... Cualquiera que sea la acti­vidad que escoja, espero de la vida una felicidad auténtica».

Para el Dalai Lama, «la felicidad es el objetivo de la existencia».
En cambio, el ensayista Pascal Bruckner afirma: «La felicidad no me interesa».2 ¿Cómo es posible tener dos visiones tan opuestas de lo que para la mayoría de nosotros es un componente fundamental de la existencia? ¿Hablan esas dos personas de lo mismo? ¿No se tratará de un profundo malentendido sobre la definición de la feli­cidad?

¿Acaso la palabra está tan manida que, asqueados por todas las ilusiones y cursilerías que inspira, nos provoca rechazo? Para algunos es casi de mal gusto hablar de búsqueda de la felicidad. Cubiertos por un caparazón de suficiencia intelectual, se burlan de ella igual que de las novelas rosa.

¿Cómo se ha podido llegar a semejante devaluación? ¿Se debe quizás al aspecto ficticio de la felicidad que nos ofrecen los medios de comunicación y los paraísos artificiales? ¿Indica el fracaso de los desacertados medios empleados con vistas a alcanzar una verdade­ra felicidad? ¿Debemos ceder a la angustia, en lugar de hacer un esfuerzo sincero e inteligente para desenredar la madeja de la felici­dad y del sufrimiento?

Según Henri Bergson, «llamamos felicidad a algo complejo y confuso, a uno de esos conceptos que la humanidad ha querido dejar en el terreno de la vaguedad para que cada cual lo precise a su manera».' Desde un punto de vista práctico, dejar la compren­sión de la felicidad en el terreno de la vaguedad no sería demasiado grave si habláramos como mucho de un sentimiento fugaz y sin consecuencias, pero nada más lejos de eso, puesto que se trata de una manera de estar que determina la calidad de cada instante de la vida. Pero ¿qué es la felicidad?

UNA VARIEDAD SORPRENDENTE
Los sociólogos -más adelante hablaremos de ellos- definen la felicidad como «el grado según el cual una persona evalúa positiva­mente la calidad de su vida tomada en conjunto. En otras palabras, la felicidad expresa hasta qué punto le gusta a una persona la vida que lleva».4 Todo depende, por supuesto, de si «gustar la vida» se refiere a una satisfacción profunda o se reduce a una simple apre­ciación de las condiciones exteriores en las que se desarrolla la existencia. Para algunos, parece ser que la felicidad es simplemente una «impresión ocasional, fugaz, cuya intensidad y duración varían según la disponibilidad de los bienes que la hacen posible».; Una felicidad, pues, inasequible, totalmente dependiente de circunstan­cias que escapan a nuestro control. Para el filósofo Robert Misrahi, por el contrario, la felicidad es «la proyección de la alegría sobre la totalidad de la existencia o sobre la parte más viva de su pasado activo, de su presente actual y de su futuro concebible».6 ¿Podría constituir, en consecuencia, un estado duradero? Según André Comte-Sponville, «podemos llamar felicidad a todo espacio de tiempo en que la alegría parece inmediatamente posible».? ¿Es posible, entonces, incrementar esa duración? Existen mil concep­ciones distintas de la felicidad, e innumerables filósofos han trata­do de exponer la suya. Según san Agustín, por ejemplo, la felicidad es «la alegría que nace de la verdad».8 Para Immanuel Kant, la feli­cidad debe ser racional e independiente de toda inclinación perso­nal, mientras que para Marx consiste en realizarse mediante el tra­bajo. Mi objetivo no es enumerarlas, sino señalar lo mucho que difieren entre sí y, en bastantes casos, se contradicen. «Sobre la naturaleza de la felicidad --escribía Aristóteles-, no nos ponemos de acuerdo, y las explicaciones de los sabios y del vulgo no coinci­den».9

Pero ¿qué hay de la sencilla felicidad que produce la sonrisa de un niño o una buena taza de té después de un paseo por el bos­que? Esos destellos, por intensos y estimulantes que sean, no pue­den iluminar el conjunto de nuestra vida. La felicidad no se reduce a unas cuantas sensaciones agradables, a un placer intenso, a una explosión de alegría o a un bienestar fugaz, a un día de buen humor o un momento mágico que nos sorprende en el dédalo de la existencia. Todas estas facetas no pueden constituir por sí solas una imagen fiel de la dicha profunda que caracteriza la verdadera felicidad.


Una primera impresión de la felicidad
Pese a sus treinta años, había momentos en los que a Bertha Young le entraban ganas de correr en vez de caminar; de esbozar unos pasos de baile subiendo y bajando de la acera, de jugar al aro, de lanzar
algo al aire para atraparlo al vuelo, de reír de nada en concreto, así, sin más. ¿Qué puedes hacer si tienes treinta años y, al volver la esquina de tu calle, sientes que te invade de pronto una sensación de felicidad -una felicidad absoluta-, como si te hubieras tragado un fragmento luminoso del sol de ese atardecer, y te quemara hasta lo más profundo de tu ser y disparara una lluvia de rayos contra cada parcela de ti, cada dedo de tus manos y tus pies?


Katherine Mansfield 10

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